cutredeblasto

Wednesday, December 21, 2005

Capitulo 1

Aquel sábado lucia un sol de justicia en la ciudad y los personajes de nuestro culebrón se disponían a llegar lo más tarde posible a la cita. Todos menos uno.
Uno: el hombre araña; que resoplaba por la nariz ( como un dragón volador escupe fuego) el humo de un cigarrillo tras otro preguntándose porqué demonios la gente era siempre tan impuntual y le dejaban tirado entre las sillas del bar americano.
Una hermosa muchacha abrazada dulcemente a su sufrido dulce medio naranjo detenidos entre las galerias esperaban para llegar aún más tarde si cabe a la cita, pero por la retaguardia arremetió sin piedad la pesada de turno arrollándoles y arrastrándoles para que el hombre chimenea no se sintiera tan solo.
Ya dentro del fumadero de opio se presentaron y comenzó el intercambio de contrabando y suministros de mercancia para sobrevivir .
Ante todo, lo más importante era presentarse con una bolsa llena de libros, los que fueran, pero al fin y al cabo libros.
Nuestros personajes son unos pobres desgraciados que se aferran a la pasta de papel, porque se la esnifan y se nutren de la tinta que se plasma en cada página, unos seres perdidamente enganchados a las tiras de dibujos estrafalarios que sobreviven entre las estanterias de las tiendas de cómics a precio de caviar beluga ( para que luego se diga que los tebeos son cosas de niños).
A medida que llegaban todos nuestros personajes se enrarecía el aire y los rayos del dios Ra les iluminaban cual fantasmas en busca de un cuerpo que poseer.
La borrachera de humo, calor, flashes de cámara de fotos y palabreria deshilvanada se derramaba por las mesas del local creando un clima de inenarrable complicidad en pequeños sectores de la concurrencia.
Pero algo aconteció y quebró el ecosistema tropical en mil pedazos, un inmenso oleaje hizo zozobrar la nave de la armada invencible y surgió de las profundidades marinas un gigantesco iceberg coronado en lo alto por un baldaquino en el que la reina de los hielos se columpiaba con los hierros de la ortodoncia mientras un séquito de pinguinos emperadores cantaba a coro sus loas.
La compañia se apartó de golpe para la entrada triunfal de la soberana y los pinguinos comenzaron a servir copas a todos:
-Pago Io.
Calmose el maremoto y pudieron salir a cubierta de nuevo para proseguir con los preparativos de la travesía.
La tripulación era variada: tenian un lider, un capitán ( y dónde manda patrón no manda marinero, pero de esto harán caso omiso los pardillos marineros que se han reclutado, más no adelantemos acontecimientos) que con catalejo en ristre oteaba el horizonte para preparse a zarpar de inmediato.
Tenian al teniente de a bordo, alias José Feliciano, porque se quedó sin gafas antes de zarpar y no habia multiópticas hasta el próximo puerto y porque según él tocaba la guitarra y cantaba al estar solo, pero nadie da fe de ello ni creo que viera dos en un burro, en fin...
A continuación estaba el médico de a bordo; le nombraron doctor porque le gustaba viviseccionar lo que cayese bajo sus garras. Esperaba recorrer el camino de Santiago si sobrevivía a la travesia; era un hombre enmascarado que odiaba ser retratado sin el antifaz.
La reina de los mares se quedaba en el mascarón de proa sonriendo a los delfines y la grumete se subia por los mastiles con su medio naranjo para preparar las velas, iban juntos a todas partes ( creo que eran siameses, pero esto aún no se ha podido comprobar); luego estaba la cocinera, puesto que necesitaban una cacatúa a bordo como animal apotropáico decidió ser las dos cosas, loro y encargada de la intendéncia, además como era muy maruja fregaría la borda cada noche y cantaría rancheras para levantar la moral a la tripulación cuando escaseasen los víveres.
En el momento de zarpar la amante del capitán derramó un par de lágrimas mientras soltaba lentamente el rollo de scottex rosa perfumado y este desenrollábase a medida que el casco del buque dejaba el amarre entre los gritos del teniente y la grumete que siempre discutían por chorradas y la Victoria de Samotracia congelada se quejaba de que la estaban salpicando su traje nuevo de pelo de león marino con tanta zozobra.
El capitán aguantaba la risa como podia y el doctor se comia un último bocado a medias con la mascarona antes de que la cocinera les envenenase con sus porquerias de algas marinas, no habria un mcdonalds hasta el próximo puerto.
- ¡cielos!, ¡maldición!. Repetían a coro el doctor y la mascarona.
- Te has comido los pepinillos y me has dejado sin.
De reojo miraba el teniente con sonrisa maléfica, los habia chorizado él para su show de los teleñecos de la noche de luna llena. Iba a demostrarles a todos que era un actorazo como la copa de un pino, y al regreso de la travesía , con los ahorros de la paga, viajaría a un pais lejano para hacer un casting de protagonista en una pelicula asiática.


Continuará...................................


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